martes, 6 de septiembre de 2016

Ana Elena

Pocas mujeres son con las que me siento identificada a través de la escritura, la que más me llega es Ana Elena Pena. El por qué es fácil, su desgarro a la hora de escribir es el reflejo de la niña herida, maltratada, abusada y enferma. Escribir desde las entrañas, el dolor, la culpa, la ira y la vergüenza, desde el amor, aunque sean las menos, es terapéutico, es nuestra herramienta de vaciado para no volvernos locas, locas del coño, que es lo que somos, pero unas locas cuerdas, responsables de nuestras acciones, valientes que confrontamos nuestros traumas de cara, reconocemos nuestras miserias e intentamos hablar de ellas, con la naturalidad de las que se normalizan y se aceptan como muñecas rotas por la vida. 

El estar rotas nos da derechos que otras personas no tienen, o al menos así lo creemos. Tenemos una lengua viperina a veces y pensamientos que suelen asustarnos, aunque solemos ser mujeres guerreras hechas de cristal pegado con super glue. Recuerdo algo que leí de la alfabreria japonesa, que cuando se rompen, rellenan los huecos que han sufrido el impacto y admiran el puzzle de sus trozos reconstruidos como si fueran mapas de experiencias que hacen que las piezas sean únicas y especiales. Así somos, jarrones rotos pegados con mucho esfuerzo y voluntad, con el fin de salvarnos de la basura, intentando ser bellas y únicas, esperando a alguien que nos comprenda y admire por lo mismo por lo que nos hemos odiado a nosotras mismas toda la vida, nuestras cicatrices.




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